domingo, 30 de enero de 2011

Guilhem de Peiteu: Molt jauzions mi prenc en amar




Molt jauzions mi prenc en amar (Muy felizmente, comienzo a Amar)

Molt jauzions mi prenc en amar
Un joi don plus mi vueill aizir;
E pos en joi vueill revertir,
Ben dei, si puesc, al meils anar,
Quar meillor n'am, estiers cujar,
C'om puesca vezer ni auzir.
Muy feliz, comienzo a amar
una alegría de la cual tendré más placer;
y, puesto que quiero estar de nuevo a alegría
bien debo , si puedo, aspirar a lo mejor;
puesto que amo lo mejor, sin duda,
que uno pueda ver u oír.
Eu, so sabetz, no-m dei gabar
Ni de grans laus no-m sai formir;
Mas si anc nuill jois poc florir,
Aquest deu sobretotz granar
E part los autres esmerar
Si com sol brus jorns esclarzir.
Yo (usted sabe) no debo jactarme
ni atreverme a alabarme a mi mismo demasiado;
pero si puede una alegría florecer,
éste debería sobretodo echar raíces
y brillar sobre todos los demás
como el día se torna más brillante.
Anc mais no poc hom faissonar
Car en voler ni en dezir
Ni en pensar ni en consir
Aitals jois non pot par trobar;
E qui be-l volria lauzar
D'un an no-i poiri' avenir.
Y nunca podía cualquier persona retratarlo
por solicitud o deseo
ni en pensamiento ni en la imaginación
tal alegría no puede hayar equivalente;
y si uno quiso elogiarlo correctamente,
no podría hacerlo ni en un año.
Totz jois li deu humeliar
E tota ricors obezir,
Midons, per son bel acuillir
E per son dous plazent esgar;
E deu hom mais sent tans durar
Qui-l joi de s'amor pot sazir.
Cada alegría debe inclinarse
y todos la realeza obedece a
mi señora, debido a su amabilidad
y de su rostro placentero y dulce;
y él vivirá cientos de veces más
quién puede participar de su amor.
Per son joi pot malaus sanar,
E per sa ira sas morir,
E savis hom enfolezir
E belhs hom sa beutat mudar
E-l plus cortes vilanejar,
E-l totz vilas encortezir.
Debido a su alegría puede volver sano lo enfermo
y debido a su descontento pueden un hombre sano morir
y un hombre sabio volverse loco
y un hombre hermoso pierde su belleza
y el más cortés se convierte en patán
y el más más grosero se transforma en cortesano
Pus hom gensor no-n pot trobar,
Ni hueils vezer, ni boca dir,
A mos obs la vueill retenir,
Per lo cor dedins refrescar
E per la carn renovelar,
Que no puesca enveillezir.
Puesto que nadie puede encontrar a una mujer más digna
ni los ojos ven una, ni la boca describe una,
Quiero guardarla toda para mí,
para traer frescura a mi corazón
y para renovar mi carne,
de modo que no pueda envejecer.
Si-m vol midons s'amor donar,
Pres soi del penr'e del grazir
E del celar e del blandir
E de sos plazers dir e far
E de son pretz tener en car
E de son laus enavantir.
Si mi señora quiere concederme su amor,
Estoy listo para recibirlo y ser reciproco
Estoy listo a la discreción y al halago
y para decir y hacer lo que ella satisface,
y para mantenerla digna de consideración
y para fomentar su reputación
Ren per autrui non l'aus mandar,
Tal paor ai c'ades s'azir!
Ni ieu mezeis, tan tem faillir,
Non l'aus m'amor fort asemblar;
Mas ela-m deu mon meils triar,
Pos sap c'ab lieis ai a guerir.
No me atrevo a comunicarme por poder,
tanto miedo tengo de encolerizarla;
ni yo mismo, tanto yo tengo miedo de fallar,
me atrevo a declarar mi amor precisamente;
Pero ella debe elegir que es lo mejor para mí
porque ella sabe que debo ser salvado a través de ella.

Amor Cortés: ¿una nueva visión del erotismo y el cuerpo femenino?




"Amor Cortés y Erotismo:


Es en la región meridional de Francia donde empieza a desarrolarse un tipo de poesía lírica ante el siglo XII, nace en la región de Provenza y se extiende rápidamente por todo el país galo, así como por tierras españolas y portuguesas. Sus iniciadores fueron los trovadores cátaros del territorio del Languedoc que abarcaba parte del sur de Francia, poetas y cantantes que habitaban en los palacios, en la corte, de lo que se deduce que con frecuencia se trataba de miembros de la élite, aunque ésto no era exclusivo de esta clase social.

Esta forma de poesía representó el nacimiento de un nuevo género y un nuevo código de amor: el amor cortés y la estética del fin'amors, que no se limita sólo al ámbito de la poesía cortés, sino que viene a representar un gran impacto en la sociedad, al proponer un nuevo ideal social y un código de amor que parece pervivir hasta nuestros días. Su ideal era una estética, pero también una ascética, pues el poeta aspiraba a ascender espiritualmente al contacto con el objeto de su amor y a su vez, hacer de las relaciones amorosas una forma de arte. El código de amor, llevado a las letras por Andreas Capellanus en 'De Amore', pretende que el poeta acceda a la alegría y al verdadero amor si son respetadas tales reglas..."

Si quieres seguir leyendo acerca de la relación entre lo erótico y lo espiritual, la posición de la mujer dentro de la lírica cortés, puedes revisar el informe completo aqui.



jueves, 27 de enero de 2011

El Amor Cortés Vs. el Amor Cristiano

Introducción

El amor cortés, nacido en el Languedoc del siglo XII, y todo el sistema que de él se desprendió constituyó, de una u otra forma, una protesta contra la política cortesana de la época, que dictaba los matrimonios por convenios entre la nobleza; y contra la reglamentación impuesta por la Iglesia Católica a la forma cómo pretendía que se llevaran a cabo las relaciones entre hombres y mujeres, sobre todo, cuando éstos contraían nupcias, aunque el amor no estuviera asociado con el matrimonio.

El amor cortés formuló una serie de reglamentaciones que lo constituyeron y le dieron forma, convirtiéndolo en un juego, en el que se debían seguir ciertos pasos para llegar al fin último, que podía ser el beso de la amada, y de ser rotas las reglas (consumar el amor a través del acto sexual) acabar con el juego, sin que se consiguiera, lo que se considera como uno de los objetivos del amor cortés, que era que el hombre aprendiera a controlar sus pasiones, para no cometer excesos carnales. Este punto sería desarrollado y perfeccionado en la corriente que luego se llamaría Fin´ amor y de la que Dante es el representante más destacado, a través de obras como La vida Nueva.

En lo que respecta a la concepción del amor cristiano, San Agustín fue el primero que lo abordó de una manera destacada y fijó sus argumentos, de acusado carácter neoplatónico, como base de la doctrina Católica. Básicamente, el modelo Agustiniano planteaba que las imágenes de la tierra eran arquetipos de lo celeste y esto es lo Verdadero; por lo tanto, no se pueden amar estas cosas por sí mismas, ya que, constituyen imágenes pasajeras. Por lo tanto, Dios es lo Verdadero y sólo a través de él se puede amar. Pero hay que resaltar que, más allá de realizar un análisis comparativo de lo que es el amor cristiano, agustiniano, y el amor cortés, de lo que se trata en la presente investigación es de establecer una comparación entre ciertos aspectos que caracterizan o rodean a la idea del amor tanto en el cortés como en el cristiano católico, entre ellos: el matrimonio y la fidelidad; el amor pasional y la sexualidad; y el papel de la mujer en cada uno de ellos.


El Matrimonio y la Fidelidad

El matrimonio y la fidelidad son aspectos muy importantes en el tratamiento del amor cortés y de la doctrina católica. La posibilidad de que exista o no amor dentro del matrimonio es algo que interesaba mucho a los trovadores y escritores de novelas del amor cortés. Según Andreas Capellanus, no podía haber amor entre los esposos, ya que, este está ligado al disfrute secreto, cosa que no era existía entre dos esposos. Otra razón que prohibía el amor entre el marido y su mujer son los celos, que constituyen la esencia misma del amor, pero que entre esposos no debía existir, sino que se debería huir de ellos, mientras que los amantes debían atarse a estos.[1]

En la primera parte del Tratado de amor de Andreas Capellanus, en un diálogo entre un gran señor y una señora de la nobleza, el hombre expresa: “¿Qué es el amor sino un deseo de disfrutar con pasión los abrazos furtivos y secretos? Más ahora os pregunto: ¿tales abrazos son posibles entre cónyuges, si se pertenecen mutuamente y tienen ocasión de satisfacer sus deseos recíprocos sin temor a los reproches? (Verdon, 2008, p. 87)

Otro de los motivos que encuentra el amor cortés en la imposibilidad de que el amor y el matrimonio puedan coexistir, es el hecho de que, al casarse, la mujer contrae una relación de deber y obligatoriedad con su esposo, mientras que el amor no es algo que se impone, sino que es libre, por lo cual, este tipo de amor es extramarital. En este punto, nuevamente, la obra de Andreas es bastante ilustrativa:

Decimos y afirmamos (indica la condesa María de Champaña), (...) que el amor no puede extender sus fuerzas entre dos esposos. En efecto, los amantes se dan todo gratuitamente el uno al otro y sin que una razón lo obligue; en cambio, los esposos están obligados, por el deber, a satisfacer sus mutuos deseos y a no negarse nada.

Una regla de amor dice que ninguna mujer casada podría obtener el premio del rey del amor, a menos que esté enrolada al margen del matrimonio. En cambio, otra regla del amor enseña que nadie puede amar a dos personas a la vez. Con razón, pues, el amor no podrá extender sus derechos entre los casados. (Von der Walde, 2007, Artículo en Línea)

Si se toma en cuenta la hipótesis de que el Catarismo influyó sobre la poesía trovadoresca, es importante, entonces, señalar que los cátaros estaban en contra del matrimonio, ya que, según ellos, éste constituía un estado de pecado permanente que no permitía la perfección que el cuerpo pedía; razón por la cual, estaban a favor del concubinato, por considerarlo un estado temporal, que en cualquier momento se podía modificar; además, que al negar los sacramentos de la Iglesia, los cátaros negaban la validez del matrimonio; y si verdaderamente existió una relación entre el amor cortés y el Catarismo, es probable que por ello, aquel no escatimara en proponer un amor que sobrepasara los límites del matrimonio.

En este punto, se puede señalar el ejemplo de la Condesa de Día, quién vivío entre finales del siglo XII o comienzos del XIII, de quien se dice que estaba casada con Guilhem de Peitieu, pero se enamoró de Raimbaut d´Aurenga, a quien le compuso muchas canciones, declarándole su amor abiertamente, sin importarle lo que dijeran de ella, sobre todo si los que murmuraban eran los villanos. Así se expresaba la Condesa su amor:

Justo es que él me sea verdadero, pues nunca me aparté de amarlo ni tengo intención de apartarme (…) Mucho me agrada saber que aquel que tanto deseo que me posea es el que más vale (…)

La dama aficionada al buen mérito debe poner su afición en noble caballero valiente; en cuanto conozca su valor debe atreverse a amarlo abiertamente. De una dama que ama ostensiblemente, los nobles y los generosos no dirán más que elogios. (Riquer, 1992, p. 794)

Y de esta manera expone la indiferencia que siente hacía los que la critican: “La alegría me produce sincero gozo; por ello canto más gozosamente y no me causa pesadumbre ni preocupación alguna saber que me son hostiles los maldicientes falsos y villanos, ni me atemorizan sus maledicencias, antes bien estoy dos veces más contenta...” (Ibídem, p. 796)

En lo que respecta al matrimonio dentro en la doctrina del Catolicismo, se debe señalar que San Agustín fue el primero en defenderlo frente a los maniqueos, pero fue en los siglos XII y XIII cuando se consolidó, al ser establecido como un sacramento y por tanto indisoluble. Asimismo la Iglesia instituyó la monogamia y la prohibición del incesto como unas de sus bases. La idea de la indisolubilidad del matrimonio, incluso en casos de adulterio, fue defendida por teólogos como Pedro Lombardo, Gautier de Mortagne, Hugo de St. Víctor y el canonista Yves de Chartres, que a su vez, justificaban este hecho en las obras de San Agustín. Según Otis-Cour, (2000), “...El matrimonio era una institución a la vez humana y divina, su naturaleza divina reflejaba la relación entre Cristo y la Iglesia; del mismo modo que la relación entre Cristo y la Iglesia era indisoluble, lo era la unión entre el marido y la mujer.” (p. 41). Santo Tomás afirmaba que la indisolubilidad del matrimonio se debía también, al hecho de que la mujer necesita de un amo, debido a que el hombre era un ser que poseía una inteligencia más perfecta y más virtuosa que la mujer.

El matrimonio, según Rossiaud (1997), era considerado por La Iglesia como:

Un ´remedio para la concupiscencia´, ´alternativa a la condenación en que caen aquellos que no pueden practicar la continencia´, única forma de vida conyugal admitida con objeto de frenar la carne y, con ella, el desorden. A partir de los modelos evangélicos y romanos, los Padres de la Iglesia hablan de ordo conjugatorum y elaboran una teología del matrimonio que, mal que bien (aunque tarde y muy lentamente) dejará un espacio al sexo. Dicha teología debía indicar la mejor manera de usar una práctica condenable, condenable cuando no estaba enteramente subordinada a su única finalidad lícita: la procreación. (p. 731)

Por otra parte, la Iglesia contrarrestó la idea de que el amor y el matrimonio no eran compatibles desde mediados del siglo XII, cuando estableció el consentimiento entre los novios y el amor como únicos requisitos válidos para la alianza matrimonial. Hugo de San Víctor afirmaba que un matrimonio sin amor no era válido; Guibert de Tournai expresaba que el amor es un elemento esencial del matrimonio, y el franciscano Berthold von Regensburg exponía que el matrimonio estaba basado en el amor mutuo de los cónyuges. De tal manera que el amor, el afecto marital y la amistad fueron los elementos que determinaron el concepto eclesiástico de la calidad del matrimonio en el siglo XII y la alta Edad Media.[2]

La fidelidad es un punto muy importante en el amor cortés, ya que, como se ha expuesto anteriormente, sus reglas prescribían que sólo se podía amar a una persona, esto se debía a la idea de que este poseía un:

Carácter monógamo, el cual resulta de la idea de que la fidelidad (o la “constancia”) es intrínseca al verdadero amor. Ambos conceptos derivan de la cultura occidental y, en ella, de la mentalidad feudal —puesto que se impone el primero (que el amor cortés, cuando es adúltero, socava) y se aplaude el segundo (sobre todo, en la formulación del vasallaje). La diferencia estriba en que la monogamia y la fidelidad ni son exigencia ni tienen que ver con intereses económicos o de preservación de linaje o de cualquier otra índole; por el contrario, (...) surgen de forma natural y se otorgan de manera gratuita. Von Der Walde, 1997, Artículo en Línea)


La entrega y fidelidad del amado hacia su amada en el amor cortés es tal que, a pesar de no esperar nada a cambio, está siempre cantándole y elogiándola aún cuando ésta ni siquiera le confirme que le corresponde; y es que, en ocasiones, la dama no le brinda su amor a quién lo solicita, por lo cual, éste se ve traicionado. Tal es el caso de Raimon de Miraval, que fue traicionado por Alazais de Boissazon, al entregarse a los brazos del rey Pedro de Aragón, que además era amigo de Miraval, por este motivo, Raimon escribió una canción que describía su confusión:

Estoy pensativo entre dos deseos, porque el corazón me dice que no cante más y Amor no quiere que lo deje mientras viva en el mundo: tendría motivos para dejar de hacer canciones para siempre, pero canto porque amor y juventud restauran todo cuanto quitan mesura y juicio. (…) Y porque una damita me traicione, ¿me he de volver villano reñidor? No, porque a ésta le gustaría que la hiciera objeto de escándalo; pues a las malas no les perjudica errar, y (cuando son causa) de burlas y disputas presumen más. (…) Nuevo amor me incita a que la sirva de este modo: que en Miraval se establezcan todos los bienes de Amor y los pactos leales (Riquer, 1992, p. 998)

Por su parte, La fidelidad vinculada al sacramento matrimonial, constituía un punto importante en la doctrina de la Iglesia, por ello el adulterio constituía un pecado. Es importante destacar, que San Agustín, ya había manifestado que la fidelidad constituía uno de los objetivos del matrimonio; dicha fidelidad debía ser recíproca, por lo cual, la Iglesia consideraba también el adulterio masculino, y no sólo el femenino, como era costumbre en la época. Por lo general los castigos impuestos por la Iglesia eran de tipo penitencial y no atentaba contra la vida de la mujer, como lo solía hacer el brazo secular. Se puede decir, que la fidelidad es uno de los rasgos que tienen en común el amor cortés y la doctrina católica, sólo que para los promotores del amor cortés la fidelidad aquí se da por elección libre y no por la obligación que supone el sacramento.

Aquí se llega a otro punto fundamental al momento de tratar al amor cortés, y es que muchos autores como C. S. Lewis y Gaston Paris han visto en el adulterio un rasgo definitorio de este género, lo que iría en contra de lo establecido por la Iglesia Católica; no obstante, otros autores como Leah Otis-Cour (2000), señalan que:

Numerosos estudios han demostrado que, si bien es cierto que el adulterio aparece como tema en la lírica de los Trovadores, no fue el elemento determinante de esta poesía. Hubo por ejemplo, poetas que se pronunciaron firmemente contra el adulterio, sobre todo el moralista Marcabru; este sentimiento aparece posteriormente en trovadores como Giraut Riquier y Guilhem de Montanhogol que cantaba la castidad nacida del amor. (p. 137).

Pero el tratamiento de la sexualidad en estos ámbitos constituye otro aspecto de interés que será tratado a continuación.

El Amor Pasional y la Sexualidad

El hecho de considerar al amor cortés como adúltero de por sí, conduce al planteamiento de que el objetivo último de este era la consumación del acto carnal, lejos de que el poeta se mantuviese al margen y esperase desinteresadamente cualquier gesto u objeto de la amada que le confirmara la reciprocidad de los sentimientos. La veracidad de esta hipótesis confirmaría que el poeta esperaba los favores de la dama, a cambio de entregarle su amor, por lo cual, nada sería desinteresadamente. Pero también es cierto que en las obras de los poetas y en los tratados sobre el amor de la época no existe tal afirmación, en ellas se refleja ese supuesto desinterés al amar, que sólo puede esperar como máxima prueba de amor el beso de la amada, o el asag, sobre lo que trataré más adelante. Aunque en la práctica algunos no siguieron las reglas de la cortesía y se llevó a cabo la consumación del acto sexual.

Ahora bien, había un erotismo en las obras del amor cortés que llevó a afirmaciones como la de Von Der Walde, (2007, Artículo en Línea), según la cual:

Es innegable la búsqueda del goce erótico en el amor cortés, sea con consumación o sin ella. Veo al amor cortés como una corriente dinámica bastante compleja, y en cuanto tal, posee diversas vertientes. Una de ellas sería (al menos teórica y literariamente) la exacerbación del deseo, al extremo de la contención o abstinencia; otra —también exitosa literariamente y creo que más en la práctica— conlleva la realización del acto carnal.

O como esta otra de García Gual (1997, p.17) que indica que en el amor cortés hay: “ ...una tendencia a resaltar la fuerza de la pasión sexual, del sexo como algo central en la pasión amorosa, por encima y en contra de las advertencias del cristianismo y la Iglesia sobre el pecado...”

Entre las opiniones que se desprenden de las investigaciones sobre la sexualidad en el amor cortés, se pueden mencionar las siguientes: en primer lugar que al estar influenciado por la religión cátara, que no ve nada de malo en esto, el amor cortés busca la realización del acto sexual; o que el amor cortés pretende adiestrar a los jóvenes a través de un juego para que éstos, por el contrario, aprendan a controlar sus deseos. Así, “...Alimentando su ardor, la literatura cortés se convierte en ´instrumento de una pedagogía práctica´. Se puede, pues, concebir el amor cortés como un código de comportamiento encargado de regular eso que podría llegar a transformarse en un exceso carnal. La esposa del señor, la Dama, se convierte en educadora...”[3]

El tipo de amor que se expresaba, en última instancia, mediante el acto sexual era conceptualizado por Andreas Capellanus como mixto, y no es que para él, este fuese malo, sino que era preferible aquel que considera puro, donde se llegaba hasta el beso o el asag, donde, los amantes se acostaban desnudos, pero sin tener relaciones sexuales, sólo estaban permitidas las caricias. Por lo cual, el hecho de expresar el amor no quería decir que se debía exigir la relación sexual. De esta manera la dama investigaba que tan sincero era el amor de su amado, y si no constituía sólo un objeto de placer para él. Este tipo de amor suponía alegría por un lado y sufrimiento por otro, ya que, no se podía satisfacer carnalmente, de lo contrario el amor moría.


La Condesa de Día, nuevamente, representa un excelente ejemplo de este hecho, donde también se percibe la extramaritalidad de sus sentimientos, en uno de sus cantos expresaba que:


Quisiera tener a mi caballero, una noche, desnudo en mis brazos, y que él se tuviera por dichoso sólo con que yo le hiciese de almohada (...). Hermoso amigo, amable y bueno: ¿cuándo os tendré en mi poder? ¡Ojalá pudiese dormir con vos una noche y daros un beso amoroso! Sabed que gran deseo tendría de teneros en el lugar del marido con tal que me hubieseis jurado hacer cuanto yo quisiera” (Riquer, 1992, p. 798-799)

Por otro lado, para la Iglesia el único contacto sexual que se permitía era el de los esposos, entre los cuales debía existir una pasión moderada, una relación de entendimiento y comprensión que conllevase a una vida tranquila. Las relaciones sexuales se podían llevar a cabo mediante dos formas: la primera era con la finalidad de reproducción, y la segunda mediante el débito conyugal, exigido por alguno de los cónyuges, con el objetivo de impedir la fornicación. Entonces el amor cortés, se contrapone a los dictados de la Iglesia, que por lo general ve en el acto sexual un hecho degradante, que sólo es contrarrestado en parte por el matrimonio. Aunque es importante destacar que existen ciertas ideas contradictorias entre los representantes eclesiásticos de la edad media a la hora de desglosar sus reflexiones sobre el sexo. Entre los hombres de iglesia que postularon ideas sobre el sexo en la edad media se encuentran los siguientes:

Pedro Lombardo: este teólogo argumentaba que “...el amor no es un mal moral sino un castigo de la caída del hombre. El acto no es malo en sí pero puede ser un mal moral si no es usado para fines matrimoniales. ´El amor apasionado por una esposa es adúltero´...”

Alberto Magno: teólogo dominico que exponía la idea de que “...el deseo es un mal, un castigo de la caída del hombre, pero no es un pecado. El acto conyugal es inocente si su fin es procrear. Pero si el deseo existe antes de la unión, el acto es considerado pecado mortal”.

Florentino Servasanto: monje franciscano sostenía, defendiendo el matrimonio, que ´todo lo natural (es decir, la sexualidad) no es pecado´.

Tomás de Aquino: “...la sexualidad 'inocente' es aceptable pero no la pasión (sensualidad). Lo malo del acto sexual no es ni el deseo ni el placer sino la suspensión de la actividad intelectiva...”, esto lo tomaba Tomás de Aristóteles. Estas son algunas de las formas como denominaba la relación sexual entre cónyuges: “...«suciedad» (immunditia), «mancha» (macula), «repugnancia» (foeditas), «depravación» (turpitudo), «deshonra» (ignominia”).[4]

Ante toda la valoración negativa que importantes teólogos de la Iglesia impulsaron y establecieron como verdades indudables sobre el sexo, el amor cortés se impuso, según Lilian Von Der Walde, (2007, Artículo en Línea), como una reacción de un sector de la sociedad contra esta interpretación negativa de la tendencia sexual humana; por lo cual, hay un reconocimiento del propio erotismo, al que se le da una mayor valoración, al ser asociado con el amor.

De tal manera, que el amor cortés, de una u otra forma contradecía los preceptos de la Iglesia, fuera porque los que se sometían al juego del amor no pudieran controlarse y terminaban cometiendo adulterio, o porque, a pesar de que no cometían adulterio, se prestaban al juego de seducción de otro hombre que no fuera su esposo, o tal vez porque simplemente en sus poemas no se reprimían al dejar volar su fantasía y contar historias de amor, donde este era correspondido sexualmente, sin que ello provocara una disminución moral de éstos, un ejemplo de ello es la novela Lancelot, donde el amor entre Lanzarote y la reina Ginebra es retribuido mutuamente al tener relaciones sexuales.

¿Transformación de la Figura Femenina en el Amor Cortés?

Mucho se ha escrito, acerca del papel que jugó la mujer en el amor cortés, esta cuestión ha despertado el interés de diversos autores que han analizado con detalle el tratamiento del que fue parte la mujer en este juego, y a pesar de toda la exaltación que se le concede y de que da la impresión de que hay un nuevo lugar para ella, lo cierto es, que casi todos coinciden en que no hubo tal mejoramiento como se cree, ello por diversas razones:

Georges Duby (1988) expone que el amor cortes era un juego de hombres, un juego marcado por rasgos típicamente misóginos. Además afirma lo siguiente:

No pienso, lo que quizá sorprenda, en una mejora particular de la mujer; no lo creo. Aunque hubo una mejora de la condición femenina, al mismo tiempo, y de igual intensidad, la hubo de la condición masculina, de tal modo que la diferencia siguió siendo la misma y las mujeres siguieron siendo temidas, despreciadas y, al mismo tiempo, muy sumisas, lo que, por otra parte, atestigua sin dejar lugar a dudas la literatura cortesana. (p. 69)

Otros autores aluden al hecho de que es el hombre quien seguía estando en el centro, ya que era él el protagonista de un amor tan magnífico, es a él a quién se admiraba por ello. Y otros argumentan que no había una promoción de la mujer, ésta aparece como un ser pasivo que no ama, sino que es a ella a quien se ama, es una especie de objeto del poeta, que la enaltece, describe su belleza, sus cualidades, en fin se le rinde un gran homenaje, pero que no deja de ser un objeto en última instancia, Rucquoi (1978, Artículo en Línea) defiende la idea de que “a la mujer se la glorifica, se la deifica, se la compara a una flor, a una diosa o a la Virgen María; en resumen, se la coloca en un pedestal: ha dejado de existir como sujeto activo, para convertirse en el objeto pasivo del amor, del odio o de la indiferencia masculina”.

Ahora, lo que no se pone en duda, es que muchas mujeres fueron importantes mecenas que contribuyeron de manera significativa en la expansión de esta corriente cultural, que se ha denominado amor cortés, -Leonor de Aquitania y su hija María de Champaña-; mientras que otras fueron más allá y tomaron las riendas de la poesía y le dedicaron canciones a sus amantes a viva voz, al igual que los trovadores lo hacían con su amada, entre éstas trobairitz se pueden mencionar a la , anteriormente mencionada, Condesa de Día y a Azalais de Porcairagues.

Por otra parte, el hecho de que la mujer haya sido tomada en cuenta por el hombre en esta poesía, aunque sólo fuera para ser su objeto de exaltación, podría tener relación con el tratamiento que recibía la mujer en el Catarismo, donde se consideraba que tanto las mujeres como los hombres eran iguales, y podían por consiguiente ser guías espirituales, y ocupar un lugar distinguido en la sociedad, ejemplo de ello lo constituyeron Blanche de Laurac y Esclaramonde de Foix, quienes sustentaban el grado de Perfectas en la religión cátara. De hecho, se dice que fueron anfitrionas en los castillos de sus localidades, donde por la noche iban los trovadores y los juglares a divertir a las personas más elevadas dentro del Catarismo. De tal manera que, “...en los corazones de la nobleza del Languedoc coincidían los perfectos y los trovadores. Desde el amor dualista al vecino al amor de los juglares a la esposa del vecino, todo en el mismo día, la cultura occitana de piedad y buenos sentimientos se iba desprendiendo de todos los vestigios de la cristiandad tradicional...” (O´Shea, 2002, p. 50)

En cambio, en el catolicismo, la mujer era vista de una manera totalmente diferente, ya que, desde San Agustín se creó una imagen despreciativa de ésta, donde se condenaba a todo el género por haber sido, Eva, quién había provocado la caída del hombre en el paraíso. Desde entonces, la Iglesia trataba de mantener un dominio sobre la vida de las féminas; en el siglo XIII Santo Tomás y Alberto Magno, utilizaron a Aristóteles para reafirmar el menosprecio hacia la mujer. Éstos, basándose en San Agustín, desarrollaron la idea de que el hombre había sido creado para la inteligencia, en cambio, la mujer sólo lo había sido para ayudar al hombre en la procreación, ya que, para las demás actividades la mejor ayuda para el hombre sería otro hombre. Según Santo Tomás, la mujer era, además, un varón defectuoso, y por naturaleza propia de una dignidad y valor menor que la del hombre. “...A pesar de las opiniones de Abelardo y de Robert d' Arbrissel, a finales del siglo XI, que proclamaban la igualdad del hombre y de la mujer, la imagen que se impone es la de la mujer como tentadora, como ser débil, pecadora, creada del hombre y para él”. (Rucquoi, 1987, Artículo en Línea)

En su búsqueda de control femenino, la Iglesia trató de imponer un modelo a seguir por las mujeres, y este era el de la Virgen María con sus virtudes, como la castidad, la obediencia y la humildad, y así contrarrestar todo lo pecaminoso que se encontraba en la mujer, que constantemente incitaba al hombre a pecar. En este sentido, según García Gual, (1997, p. 16-17):

La literatura de este siglo (el XII) se va despegando de la autoridad clerical y de sus censuras y orientaciones. Los poetas y novelistas describen un tipo de mujer seductora con especial interés. Ya no son figuras alegóricas y etéreas las que dibujan en sus poemas los trovadores y los narradores cortesanos; prefieren precisar la belleza física de los cuerpos femeninos, a la par que elogian tanto esa belleza del cuerpo como la del espíritu.

Para finalizar, es importante destacar, que a las hipótesis que le otorgan un papel dominante a la mujer en el amor cortés, o que aseguran que hubo una verdadera transformación de la figura femenina, que la rescató del oscurantismo y la negatividad en que la tenía el pensamiento dominante, es decir, el del Catolicismo, muchos autores defienden la idea de que la literatura del amor cortés, más allá de representar la realidad de una época, representaba la angustia de la misma, era una idealización del entramado social, por lo cuál, la supuesta posición dominante de la mujer constituye sólo un juego, en el cual, el hombre sigue siendo el protagonista principal.

Conclusión

Con el nacimiento de amor cortés en el siglo XII, la sociedad noble de la época empezaba a revelarse contra el poder de una Iglesia que pretendía controlar tanto la vida espiritual, como la material de los hombres; quizá, por ello, no sea coincidencia que amor cortés empezara a florecer en la región del Languedoc y sus alrededores, donde se promovía una religión contraria a las doctrinas eclesiásticas, de tal manera, el Catarismo y el amor cortés compartieron un mismo escenario y una misma región.

El amor cortés, por ende, se opone en muchos aspectos a las doctrinas de la Iglesia, en los que respecta a los temas aquí tratados, es conveniente señalar que, en primera instancia, este amor es extramarital; con un posible atenuante si se concretaba en adulterio y, para completar el cuadro, exaltaba a viva voz la figura y virtudes (corporales) de la mujer, haciendo caso omiso de la rígida doctrina católica; tanto así que, este modelo de amor atentaba contra la sacralidad del matrimonio que le otorgaba un papel destacado a la obediencia, la fidelidad y el recato femenino. Aunque, no se debe omitir el hecho de que este juego cortesano estaba dirigido, principalmente, a los hombres, quienes no se preocupaban mucho de los deseos y sentimientos de la dama, de la que, en muchos casos, espera una recompensa, una muestra de su amor.

Hay, sin embargo, un aspecto curioso, que llama la atención, y es que, en la creación de todas las reglas que se debían seguir en el juego del amor participaron muchos clérigos y hombres de Iglesia, como es el caso del, tan mencionado, Andreas Capellanus, quién, aunque elaboró todo un Tratado sobre el arte de amar, enseguida (en el tomo III del De Arte Honeste Amandi) rechazó la idea de ese amor pasional y extramarital, sobreponiendo a este el amor hacia Dios. En este misma línea, autores como Rudiger Schenel, apoyado por Georges Duby, sostienen que la finalidad que perseguía este juego, al haber hecho del deseo un ritual, era regular las insatisfacciones de los hombres y de las mujeres, tanto de los que estaban casados como de aquellos que se dedicaron al celibato; por lo cual Andreas hizo esto buscando trasladar las reglas que se habían creado para el matrimonio al plano del juego sexual, y ello, era necesario para contener la brutalidad de la sociedad, que impedía un avance hacia la civilidad.

Sin embargo, la Iglesia condenó ciertas obras, que por lo general se asocian al amor cortés, quizá porque causó un revuelo entre los sectores más importantes de la sociedad feudal, que se podía volver contra el poder eclesiástico, así como lo hacía en aspectos de tipo moral. Fue por ello, que el 7 de marzo de 1277 el obispo parisino Étienne Tempier sancionó un tratado del amor, por lo general, relacionado con el De Arte Honeste Amandi.

Para finalizar, se puede decir que, el amor cortés se preocupó por las formas en que se relacionaban el hombre y la mujer, sobre todo, en lo concerniente al ámbito amoroso, tratando de brindar una alternativa a los esquemas establecidos por la sociedad, sin que se pudiera dar una revolución instantánea de dichas relaciones, ya que, siguieron existiendo los matrimonios en forma de contrato, y las mujeres siguieron estando subordinadas al dominio patriarcal hasta bien entrada la edad moderna, que es cuando se empezaron a hacer más concretos los cambios en las relaciones interpersonales y la mujer empezó a ser dueña de sus actos, dándole un nuevo sentido a eso que impusieron los trovadores del siglo XII, el amor, que tomó un lugar central en las vidas de los hombres y mujeres de la sociedad contemporánea. En la actualidad, el amor puede conducir al matrimonio, pero no necesariamente, es una elección de la pareja y no de sus padres; la sexualidad es vivida de una manera más libre, donde se hace caso omiso de la doctrina eclesiástica; y la mujer forma parte activa en las relaciones amorosas, cumpliendo un rol de igualdad con el hombre.

FUENTES CONSULTADAS:

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[1] Diversos autores, afirman que el amor cortés constituía el contramodelo de la vida matrimonial, sustentándolo con el Tratado de amor de Andreas Capellanus. Esta idea es defendida por: Harald Kleinschmidt, Lilian Von der Walde y Jean Verdon en sus obras aquí tratadas.

[2] Véase Leah Otis-Cour, quien sostiene que la Edad Media a través de teólogos, clérigos, canonistas, religiosos, poetas, nobles y plebeyos había defendido la compatibilidad entre el amor y el matrimonio, y que la creencia generalizada de su incompatibilidad se encuentra en los textos literarios de la época, y por ende, en corrientes como el amor cortesano y en obras como la de Andreas Capellanus que giraban en torno al adulterio, p.133.

[3] Danielle Régnier-Bohler, “Amor cortés”, formula esta idea en base a los planteamientos de Georges Duby, en Jacques Le Goff, Diccionario razonado del Occidente medieval, p. 28.

[4] Estas ideas a cerca de la tradición católica medieval fueron recogidas de las siguientes obras: Leah Otis-Cour, Historia de la pareja en la Edad Media, p. 92; Uta Ranke-Heinemann, La mujer según Tomás de Aquino”, en: http://www.vallenajerilla.com/berceo/utaranke/mujer.htm; LAUER, Robert. “Amor Cortés (notas basadas en C.S. Lewis)”. En http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/Amor.html


Por: Lireida Sánchez