jueves, 3 de febrero de 2011

El concepto de Amor en Dios. San Agustin vs Dante

El Diccionario de la Real Academia Española define el término amor, como el sentimiento que inclina el ánimo hacia lo que le place. Este postulado puede sonar sencillo y de menor profundidad a simple vista; no obstante, el estudio y análisis del amor como sentimiento, don o como sensación ha tenido una larga trayectoria y complejo devenir; después de todo el hombre vive y se mueve a través de éste, se ha convertido en fuente de inspiración y se conoce ahora incluso la reacción fisiológica y neurológica que se genera gracias a esta pequeña palabra de cinco letras. Con el pasar del tiempo se le ha atribuido un origen diverso, se le ha querido mostrar ya sea como una reacción sensorial que responde a la naturaleza o como un don divino que se le ha otorgado al ser humano con la intención de que éste reniegue de sus propios instintos y se haga una mejor persona según los designios providenciales.
Dentro de las diversas concepciones sobre el amor que se han instaurado a lo largo de la historia nos ocuparemos de dos solamente, lo cual puede parecer poco a los ojos de aquel que no conoce sobre el tema, no obstante, son las perspectivas de mayor importancia e impacto en nuestra sociedad aún en la actualidad. Las nociones del amor que nos ocuparán serán la presente en el ideario de San Agustín, conocido como uno de los principales teólogos de la fe cristiana, personaje que a través de su texto “Confesiones” será responsable de otorgarnos una serie de postulados cuyo eje principal es Dios y luego el hombre como complementación del primero. Por otro lado, será interesante comprender el cambio que se genera en la definición del amor con la irrupción del movimiento medieval del Amor Cortes, que rompió las barreras y cánones sociales y religiosos para presentarnos una perspectiva novedosa y en ocasiones polémica que contrarrestaba claramente con lo estipulado con anterioridad, utilizaremos para este fin a uno de sus principales autores el italiano Dante de Alighieri, dándole primacía a una de sus obras principales “La Vida Nueva.”
Si observamos de cerca la obra de estos dos autores veremos que no son tan disimiles como se les ha querido mostrar, existe un vinculo entre ellos que los asemeja, siendo éste la idea del amor como un reflejo o regalo de Dios. Es imposible revisar la obra de San Agustín de Hipona sin darse cuenta que el móvil que dirige todo su accionar es el amor hacia Dios, cabe destacar que según el teólogo éste no es un caso excepcional sino que se aplica a todos los seres humanos en general, quienes de una forma u otra han sido tocados por dicho ser superior quien ha de determinar su destino así como ha de regalarles la capacidad para ser movidos por esa corriente denominada amor.
San Agustín demuestra en su obra “Confesiones” un realismo sorprendente en cuanto a la comprensión del hombre se refiere, no existe un idealismo exacerbado con respecto al ser humano como se pudiese imaginar; por el contrario hay un entendimiento bastante claro sobre aquel móvil que insta al hombre a actuar, ya sea para su bien o no. El deseo se constituye como el principal elemento que genera una reacción en el individuo y un sentido de búsqueda de aquello que se desea. Agustín estructura entonces en su definición de lo que es el amor la idea del anhelo como uno de sus elementos integrantes, considera que amar al fin y al cabo es simplemente anhelar, es plantearse una meta con respecto al objeto deseado, con respecto al amado que genera un movimiento en torno a él buscando su obtención. Considera el autor que este anhelo debe dirigirse a algo que le produzca bien al propio hombre sino, no podría ser considerado amor propiamente, ya que aquello que no produce un bien no lo hará feliz y no tiene sentido hablar del amor si se deja de lado que éste debe producir primordialmente la felicidad de aquel que ama. Esta situación es explicada por Arendt (2001)

Nuestro anhelo se dirige a un mundo que conocemos, y no descubre en el nada nuevo. La cosa que conocemos y deseamos en un bien; no la buscaríamos por sí misma sino lo fuese. Todos los bienes que deseamos en nuestra búsqueda de amor son objetos independientes, desligados de otros objetos. Cada uno de ellos no representa más que su bondad aislada. (p. 23)


Es entonces el amor una posibilidad de hallar la felicidad a través de la identificación entre el que ama y el que es amado, aunque esta felicidad estará en muchos casos empañada por el temor de perder al objeto de su amor o, en dado caso, de fallar en la conquista del mismo. Podemos decir entonces, que el amor a simple vista se genera a partir de una relación entre la felicidad y el miedo al mismo tiempo, si no se teme por él no podrá ser amor porque aquel que no teme entonces es indiferente con respecto a lo que se tiene. Arendt (2001) expone:

El rasgo distintivo de este bien que deseamos es que no lo tenemos. Una vez que tenemos el objeto, nuestro deseo cesa. A no ser que estemos amenazados por su perdida. En este caso, el deseo de tener se torna temor de perder. (23)

El amor anhela la vida y teme la muerte, porque una vida sin tal emoción es simplemente la muerte según el autor, y uno de los fines del amor es tratar de alejarse del temor al igual que lo será también el alcanzar un bien que va más allá de los deseos. Amar es más complejo de lo que el hombre se percata, esto debido a que el sentimiento que podemos sentir es un reflejo de algo mucho más grande que el propio hombre, es el reflejo de la acción divina que se manifiesta terrenalmente gracias al amor; con respecto a esto Hipona (1957) indica:

Deseando tener amor, buscaba a quien amar, que era lo mismo que aborrecer mi seguridad y el camino que estaba libre de lazos y peligros. Esto provenía de que estaba muy falto y necesitado de aquel interior alimento, que sois Vos mismo, Dios mío. (p53)

Las obras de Dios han sido muestra de su amor hacia los hombres quienes deben retribuirlo de la misma forma, manifestando su devoción a la divinidad y amándola más que a cualquier otra presencia terrenal o espiritual. Según esta concepción agustiniana existen dos formas de amor, una que es naturalmente justa y otra que no lo es realmente, una que va más allá de lo temporal y otra que se aferra a lo terrenal, uno que busca la eternidad y el equilibrio que se denomina caritas y el otro que es totalmente mundano y humano, cupiditas. El primero se erige como la razón de todo aquello que emana por y gracias al bien y el segundo será el punto de origen de todos los males. Es por esta razón que San Agustín postula una de sus más famosas frases, “Ama, pero cuídate de lo que amas.” Dando a entender que no necesariamente aquello que nos mueve y que anhelamos es realmente lo que nos hará feliz y que en muchos casos tal cupiditas será un falso amor ya que no corresponde a los designios de Dios y al corresponder a un deseo mundano no podrá ser verdaderamente feliz ni alcanzar realmente el cumplimiento de su anhelo. Hipona (1957):

Y ¿qué era lo que me deleitaba sino amar y ser amado? Pero en esto no guardaba yo el modo que debe haber en amarse las almas mutuamente, que son los límites claros y lustrosos a que se ha de ceñir la verdadera amistad; sino que levantándose nieblas y vapores del cenagal de mi concupiscencia y pubertad, anublaban y obscurecían mi corazón y espíritu de tal modo, que no discernía entre la clara serenidad del amor casto y la inquietud tenebrosa del amor impuro. Uno u otro hervían confusamente en mi corazón, y entrambos arrebataban mi flaca edad, llevándola por unos precipicios de deseos desordenados, y me sumergían en un piélago de maldades. (p. 38)

El hombre por sí solo no existe ni puede ser definido realmente según el autor, no es autosuficiente y no soportará el aislamiento de ninguna manera, lo cual puede ser ejemplificado al momento de analizar el propio génesis bíblico, según el cual Dios crea a Eva al darse cuenta de la soledad de Adán y la necesidad de que éste rompa su propia burbuja que lo encerraba en una entidad sin amor ni compañía; ya que el hombre a diferencia de Dios es incapaz de soportar una existencia cargada por la bendición de la llamada soledad divina. El Hombre incluso quiebra su exilio simplemente por amor, el cual al momento de poseerlo forma una suerte de hogar para el individuo. El movimiento del amor llega a su término cuando se puede generar realmente la posesión del amado además de su conservación natural, que tendrá como consecuencia la culminación del aislamiento porque un hombre que ama no será ni infeliz ni estará ya nunca por sí sólo, al fin y al cabo los amantes siempre han sido y serán uno sólo y descubren así su propia realidad. Resulta destacable que Hipona establece que la felicidad llegara realmente cuando el amado se convierte en elemento del propio ser, inherente a él de manera permanente. Cuando el adorado y el amante se vuelven uno sólo se alcanzará finalmente el caritas que hace de la pareja una sola persona y une a dos seres diferentes a través del amor a Dios, ya que El consolida y origina el saber, es un ente autosuficiente que se erige por encima de los hombres y los gratifica gracias al mutuo amor.
San Agustín también postula que el hombre debe tener cuidado de sus propios deseos, debe evitar que estos se originen por simple búsqueda del placer y la satisfacción de los sentidos sin que su fin trascienda al mismo hombre como debería de serlo; este anhelo que peca de ser mundano es esclavizante ya que genera dependencia entre lo externo y aquello que se considera inalcanzable. Agustín se convierte entonces en un hombre de pensamiento escéptico hasta cierto punto, ya que considera que el mortal debe estar por encima de sus sentidos y en la mayor parte de los casos está en la necesidad de desconfiar de ellos. El cupiditas puede engañar al individuo de diversas formas pero lo hará principalmente manifestándose como aquello que parece agradable y atacará propiamente a sus sentidos en un primer momento; la visión es el único que en dado caso podrá ser de ayuda al individuo para reconocer lo mundano y alejarse de lo mismo, reconocerá la tentación si los ojos de verdad quieren ver más allá del simple placer. El hombre está en la capacidad entonces de diferenciar el verdadero amor del falso; no obstante esto ha de depender de las intenciones del individuo de alejarse de uno y acercarse a aquel que le ofrece la eternidad, de desear la trascendencia y no la simple satisfacción de los deseos mundanos.
El punto primordial de la obra de San Agustín consiste en vincular el ser del hombre con el ser de Dios, es expresar la superioridad del ente divino por encima del terrenal, hacernos ver que el ser humano es simplemente una obra de Dios y no podemos entendernos a nosotros mismos sin entenderlo a Él o al menos intentarlo, no podemos amar sino lo amamos a Él. Dios es parte del ser interior, es su quintaesencia, su elemento definitorio y en la medida que nos identifiquemos con Él seremos capaces de identificarnos con el objeto de nuestro amor. Dios garantiza la felicidad del hombre a través del amor que nos une a Él y nos hace participes de su obra y de su cosmos. “Si te agradan los cuerpos, toma de ellos motivos para alabar a Dios, y haz que el amor que les tienes vuelva y llegue hasta su creador, no sea que en las cosas que te agraden a ti le desagrades tu a Él.” (Hipona, 1957, p. 91)
Al momento de referirse al amor, San Agustín establece un criterio de prioridades que se divide en tres esferas principalmente: la superior, que se dirige a Dios, la que responde a la alteridad que hace referencia a aquellos que están a nuestro alrededor y la inferior siendo la creada por el propio Dios y manifestada a través de los hombres. Lo curioso de este postulado es que todos estos elementos se interrelacionan entre sí, incluso Agustín lo expone en su opinión sobre los mandamientos al considerar que los de mayor importancia serian los que exigen el amor a Dios y al prójimo; es imposible que aquel que ama y al mismo tiempo teme a la divinidad sea capaz de incumplir alguna de sus otras ocho máximas. Además, indica que aquel que ama a Dios en consecuencia se amará a sí mismo y a todas sus obras, por ende a la naturaleza y al resto de los hombres, no se puede amar a medias, quien goza del sentimiento en su plenitud lo dirigirá hacia cada una de las manifestaciones de Dios y dedicará su vida a la exaltación de su espíritu por encima de cualquier instinto vulgar y terrenal. Dios es amor y este elemento se convierte en la perfección de cualquier precepto. Hipona (1957):

Dichoso el que os ama a Vos, y a su amigo le ama en Vos, y a su enemigo por temor a Vos. Porque sólo está libre de perder a ninguno de sus amados, quien los ama a todos en Aquel que nunca puede perderse ni faltar. ¿Y quién es éste sino nuestro Dios, y un Dios que hizo el cielo y la tierra, y que llena tierra y cielo, porque llenándolo los creó? (p.88)
Sin embargo, el principal postulado que realiza San Agustín con respecto a este punto es el hecho de que el amor es un don divino, el cual nos es otorgado con la intención de que haya justicia en el mundo a través del amor al prójimo y por extensión a Dios o viceversa, y es el Espíritu Santo quien confiere la fuerza al hombre para buscar al objeto de su amor y así liberarnos del temor de que la vida transcurra sin tener conocimiento del mismo, sin entender la supremacía de Dios en nuestros sentimientos y sin alcanzar realmente la felicidad gracias al despojamiento del propio yo para pasar a formar parte de una unidad mucho mayor que sus partes.
En el mismo momento en que el hombre se enamora debe compartir su ser con Dios en primera instancia y luego con aquel que ama. Se aliena de su propio yo para pasar a ser el reflejo del amor que lo colma, es por esta razón que San Agustín no comprende la idea del amor alejada de la gracia de Dios, el ser humano por sí solo es completamente incapaz de percibir el verdadero amor, éste es una emanación directa de una realidad superior que se manifiesta en los hombres a través de su capacidad de percibir el goce de un sentimiento abstracto y superior, que lo domina y condiciona, que le permite dividir su ser para comprender otro dentro de sí mismo.
Siglos después, hacia finales de la Edad Media surgirá en el seno de la civilización occidental un movimiento artístico que estudiará al amor en toda su extensión, el Amor Cortes. Éste se opone en principio a la idea teológica cristiana del amor y se dedica en cambio a una concepción un poco más humana y desacralizada, lo consideran un amor netamente heterosexual el cual no tiene mucho que ver con Dios y aprueba sin duda el desarrollo de las pasiones ilimitadas por parte de los hombres. Al mismo tiempo, es destacable que tendrá una naturaleza menos misógina por el contrario, encontraremos un mayor respeto e idealización de la mujer, la cual se convertirá en el centro y eje de sus manifestaciones, lo que parece contradictorio entendiendo el panorama histórico social de la cultura medieval, la cual se destaca por ser un tanto hermética en cuanto al desarrollo femenino se refiere; Singer (1999):

El amor cortesano en todas sus variedades, depende de manera similar de la tradición del Eros. El amor cortesano se limita a los seres humanos, mientras que el amor místico se dirige a Dios, el cortesano cultiva el deseo sexual mientras que el místico desea eliminar todo excepto lo espiritual; el cortesano es herético o no religioso y representa, por ende, actitudes mundanas a las que el místico pretende renunciar. Al mismo tiempo, el amor cortesano y el místico se asemejan de manera que revelan su ascendencia platónica. (p.54)

Sin embargo, existirá una corriente artística de manifestaciones verdaderamente distintas al amor cortes que tendrá por fin una mayor sacralización del concepto del amor, éste es conocido como el fin´amors, término provenzal que significa amor puro. Las influencias neoplatónicas de la época, provenientes específicamente del medio oriente serán determinantes en la conformación de este movimiento trovadoresco, el cual se valdrá de este misticismo y de la teorización cristiana para conformar su obra
El fin amor se erige como un movimiento artístico de idealización y alegorías, los poetas iban más allá de sus simples sentidos y convertían en objeto de su adoración a mujeres, pero no solo de manera terrenal sino que realizaban una suerte de abstracción según la cual era un objeto externo a la dama y superior a ella en cualquier sentido, el cual adoraban. Uno de los postulados del fin amor es la máxima de Sócrates, según la cual el amor es definido como el deseo de posesión de un bien, este deseo se presenta en absolutamente todos los hombre. Sin embargo, es el filósofo el único capaz de sentir el amor en todo su esplendor y satisfacer su anhelo debido a que conoce la verdadera belleza del sentimiento y puede desplegar completamente la virtud a diferencia del resto de los humanos. No obstante, debemos recalcar que para la época del fin amor la figura del filosofo fue desdeñada y en cambio se asumió al trovador, al poeta, al caballero y en fin a cualquiera que estuviese en interés de perfeccionar su arte, y por lo tanto fuese capaz de cumplir el rol del filosofo dentro de la concepción de Sócrates y buscar la sumisión al amor como una forma de vida principalmente.
Platón hace referencia en su obra “Simposio” a las características del verdadero amante, las cuales fueron tomadas y adaptadas por los cortesanos como modelo. Se trata de un hombre cuyos intereses son pasionales y humanos además de filosóficos, un individuo que se enamora de la belleza absoluta, la cual se convirtió en un patrón con el amor cortes. Los trovadores exaltaban la belleza femenina al punto de hacerla inigualable además de considerar este atributo como el más importante y necesario. Rougemont (2006):

El amor perfecto parecía requerir una dedicación totalmente espiritual a la belleza absoluta, que trasciende el cuerpo y llegue a descartarlo como se descarta una escala que no sirve. Pero quizás, parece decir Platón, esto es esperar demasiado de los hombres, aún de los más nobles y filosóficos. Al vivir en el mundo, como debe hacer necesariamente, tal vez el amante sólo pueda esperar subyugar los deseos físicos sin eliminarlos, usando el cuerpo como un vehículo para llegar a la belleza espiritual, es decir, como un medio siempre presente para aproximarse al ideal. (p.59)

Dichos argumentos se convirtieron en postulados del amor cortés y fueron usados al pie de la letra por los trovadores en la medida en que podían. De igual manera, parece ser que tales artistas sólo lograron acceder a la obra de Platón a través de la influencia neoplatónica oriental, en especial gracias al filosofo Plotino del siglo III, quien resalta la idea de equilibrio platónica y argumenta que el hombre debe llegar a una posición intermedia entre el ser puramente espiritual y el absolutamente terrenal. La búsqueda de este punto medio daría paso al fin amor como movimiento que combina las realidades terrenales con la búsqueda de una superación y evolución mística. Incluso se llegaría a poner en boga la idea de unificación, según la cual el hombre debe fusionarse con su amada con el fin de convertirse en una misma persona, y sólo así alcanzar realmente la belleza absoluta. González (2005):

Aunque el pensamiento trovadoresco se relaciona con la filosofía musulmana, no puede sin embargo reducirse a ella. Porque los trovadores introdujeron algo que ni Avicena ni Ibn Hazm hubieran siquiera imaginado: una especia de autonomía o autosuficiencia del amor humano, lo que lo convertía en una trayectoria cerrada en sí misma. (p.65)

La exaltación de la belleza en el amor viene definitivamente de la propia concepción de Platón, no obstante para la edad media se idealizaría la belleza física principalmente mientras que el autor griego consideraba que se debía adorar la belleza y gracia interior, la atracción sería principalmente de carácter intelectual lo que daría luz a la idea sin barreras del amor platónico. Podemos afirmar entonces que el amor cortés y sus derivaciones si bien tienen un principio platónico éste ha sido deformado de manera tal que se ajuste a las necesidades y los convencionalismos de la época medieval. La belleza física, según el filosofo, no dependía de superficialidades sino que, por el contrario le confería al amante otorgarla al amado, la belleza esta en los ojos de quien la mire es una aseveración bastante adecuada para explicitar este postulado. Es por esta razón que Morquino (1965) expone:

La experiencia cotidiana muestra bien como el amor embellece su objeto, y como la belleza oficial no es una prenda para ser amado. Pero el platonismo degenerado, que nos obsesiona, nos hace ciegos a la realidad del objeto tal como es en su verdad, o bien nos la convierte en poco amable. Y nos lanza en persecución de quimeras que no existen más que en nosotros. (p.76)

A pesar de esto, existirán artistas que irán un paso más allá de esta concepción netamente cortesana para adentrar su obra a niveles de mayor espiritualidad y al mismo tiempo complejidad, este será el caso también de Dante Alighieri quien en su obra “La Vida Nueva” hace despliegue de un trabajo de mayor profundidad y carga filosófica que la de la mayor parte de sus coetáneos. La obra de Dante pertenece al movimiento del fin´ amors y se manifiesta como una lectura con un importante trasfondo religioso y en muchos casos neoplatónico, después de todo dicho escritor perteneció al circulo neoplatonista de la época durante un largo tiempo.
Dentro de la filosofía dantesca predomina una percepción espiritual del amor. Su obra definitivamente se aleja de las composiciones mundanas de la época, por el contrario busca plantearse la idea del amor no sólo como un sentimiento sino también como una vía de superación espiritual, como una herramienta para evolucionar. La pareja sería vista como mucho más que dos personas, se trata de una composición perfecta y simétrica que uniría dos vidas y dos seres en uno sólo. El autor incluso llega a aseverar que la misma naturaleza es un acto de amor, y nuevamente recordamos a San Agustín ya que incluso persiste la idea de anhelo, de búsqueda de la consecución de un bien el cual se daría a lugar a partir del amor. Presenta la idea entonces que el amor es una necesidad individual para el desarrollo particular. Asimismo, el autor expone que este bien que consolida el amor sólo puede alcanzarse por medios espirituales, es decir, el amor no habrá de manifestarse en cualquier persona sino que sólo podrá ser expresión de aquellos que comprendan su verdadero peso, valor y significación, para lo cual es necesario que se tenga una dirección eminentemente espiritual.
Una de las máximas de Alighieri es la idea de que el amor humano expresa su máxima plenitud en el amor a Dios, hace una diferenciación por lo tanto entre lo que sería el amor terrenal y el divino; el primero sería de un carácter más frívolo y de menor valor que el segundo, el cual se presenta como una forma de consolidación amorosa basada en el desarrollo del espíritu y del alma; asimismo, conoce verdaderamente el significado y origen de tal sentimiento, busca su origen en un plano superior y conoce su peso e importancia en un nivel de mayor iluminación, el cual sólo estará permitido para aquellos que profesen dicha magnificencia al momento de amar y estará negado para aquellos que se conformen con las pasiones terrenales. Mandrioni (2001):

Pero a partir de esta inicial experiencia de desamparo (indiferencia de Beatriz con respecto a Dante) comienza a gestarse un camino de iniciación: se podría hablar en Dante de una identidad peregrina que se va haciendo diáfana a medida que hace el recorrido. De ahí que podamos decir que la identidad del peregrino, entretejida en el rostro de un nosotros, gana en la persona finita el equivalente de lo infinito, es decir, su perfección (p.285)

Otro de los puntos destacables de la obra de Dante es la referencia a su amor por Beatriz, la musa de su obra y personaje que se convierte en una suerte de tipo ideal o de mujer icónica de la belleza del fin amor. Se trata de una belleza más allá de cualquier percepción humana, ésta se eleva a planos aún no conocidos por simples mortales y que realmente poco tiene que ver con la idea de una femina como cualquier otra. Beatriz se erige incluso como un modelo a seguir, como un patrón de beldad y armonía sobrenatural; lo que nos indica que la gracia de su musa puede ser propiamente un símbolo de teología, de gracia plena. Alighieri (2003)

Y a la verdad que desde entonces enseñorease Amor de mi alma, que a él se unió incontinente, y comenzó a tener sobre mi tanto ascendiente y tal domino, por la fuerza que la daría mi misma imaginación, que vime obligado a cumplir cuanto se le antojaba. Mandabame a menudo que procurase ver a aquella criatura angelical. Yo, pueril, andabame a buscarla y la veía con aparecer tan digno y tan noble que ciertamente podiansele aplicar aquellas palabras del poeta Homero <No parecía hija de hombre mortal, sino de un Dios> (p. 265)

Resulta destacable que etimológicamente el nombre Beatriz significa dadora de bendiciones y que el autor en la vida nueva la identifica con el número nueve, el cual entre sus múltiples significados se cuenta al poder de todas las musas y la raíz de tal número es el tres, que puede estar haciendo referencia a la santísima trinidad. Ella es la quintaesencia de la pureza y son sus cualidades la que la convierten en la mujer que inspiro la prosa de Dante, quien la utilizo como ejemplo de perfección. Canalejas (1898):

Su concepto de belleza es en primer lugar una liberación estético religiosa, que se sirve de la fuerza anticonfigurante del acto creador. Ligada a esta belleza va logrando una forma de identidad: aquella que lo libera de su propia oscuridad. En este sentido Beatriz prepara la aparición de la belleza final como mediadora entre el cielo y la tierra. (p.286)

Existen especialistas en literatura como lo es Héctor Mandrioni el cual considera que concurren tres características definitorias en la prosa de Dante que lo distinguen de cualquier otra autor, las cuales son: la naturaleza de Beatriz radica en su belleza interior y la pureza de su alma, los elementos externos no son tan prioritarios como para la mayor parte de los trovadores de la época; se trata entonces de una representación icónica del modelo de mujer al cual se debe seguir y tomar como inspiración. Por otro lado, Dante es ahistórico, es decir, trasciende los planos temporales y espaciales para asumir el amor como una idea despersonalizada, y por último el amor que genera Beatriz asume una figura de proyección divina, su aparición es tomada casi como un milagro y su belleza parece un don dado por la misma providencia, es un reflejo del amor divino y estar cerca de ella es estar cerca del propio Dios. Su propia armonía inspira amor por lo tanto la mujer se convierte en un intermediario o una figura de mediación entre el hombre y la divinidad. Mandrioni (2001):

Ella (Beatriz) es más cristológica en la Vida Nueva que en la comedia, aunque allí en ocasiones me recuerda lo que los gnósticos llaman “el Cristo ángel”, pues ella desbarata la diferencia entre lo humano y lo angélico. La fusión entre lo divino y lo mortal, puede ser o no herética, dependiendo de cómo se presente. (145)


Asimismo, Dante al igual que San Agustín asume una actitud donde la figura de Dios es primigenia, sin embargo existen variaciones en sus postulados, para Hipona el amor proviene de Dios en primera instancia, no obstante, para Alighieri el amor es una forma de entablar un vinculo entre el hombre y Dios. De ambas formas, existe una interrelación entre la deidad y el humano pero se formula en sentido contrario, de arriba abajo y a la inversa respectivamente, cuyo nexo es la capacidad y posibilidad no sólo de experimentar el sentimiento sino también de estar completamente al tanto de lo que éste equivale y conlleva. Es el conocimiento de que el amor abarca en su seno la verdad absoluta para aquel que está dispuesto a alejarse de lo mundano y contraerse en lo divino lo que asemeja al africano del siglo IV con el italiano del XIII.
Los conceptos de amor manejados por ambos autores no son tan distantes entre sí, uno y otro se adentran en la concepción del amor para hacerla ver como algo mucho más importante que una reacción bioquímica o el reflejo de un simple deseo mundano y hasta cierto punto humano; el amor para dichos escritores está impregnado de las ideas de Platón, se encuentra determinado por una abstracción superior, que no sólo le otorga al hombre la capacidad de experimentar la dicha del sentimiento sino que también se presenta como la posibilidad de emprender un sendero espiritual que consolide la formación del individuo como un ente capaz de comprender la verdad absoluta y de sumergirse en la peregrinación y superación de su alma, acercándose cada vez más a ese origen perpetuo que conforma Dios.
Resulta destacable que aun hoy en día, cientos de años después, la figura de Dios sigue siendo parte del imaginario colectivo cuando se trata de relacionar la existencia de tal sentimiento con la de dicha entidad superior, no en vano un 68% de los encuestados afirmaron la existencia de un nexo que vincula a Dios con el amor, ya sea viendo que éste es la cima de tal sentimiento o que por el contrario, es su umbral. De cualquier manera, es Él participe de tal emoción, y es el amor reflejo de su acción. Parece absurdo entonces pretender explicar el amor partiendo de logaritmos y preceptos científicos que poco tiene que ver con la magnificencia de tal palabra de tan sólo cuatro letras, por el contrario resulta lógico o pertinente buscar en este sentimiento una raíz mucho más profunda y compleja que pueda darnos una idea de lo que éste conlleva en su seno, y al mismo tiempo otorgarnos un ideal como personas por el cual guiarnos y adentrarnos, entendiendo de una vez por todas que al fin y al cabo la medida del amor es amar sin medidas.

Referencias Bibliográficas.
· Alighieri, D. (2003). Vida Nueva. Madrid: Cátedra.

· Arendt, H. (2001). El Concepto de Amor en San Agustín. Madrid: Encuentro.

· Azcarate, N. (1966). Noches Literarias en Casa de Nicolás Azcarate. Barcelona: Antilla.

· Bloon, H. (2005). Genios: un mosaico de 100 mentes creativas y ejemplares. Bogotá: Norma.

· Canalejas, P. (1908). Curso de Literatura General. Madrid.

· Colihua, C. (2008). Dante Alighieri: Concierto. Buenos Aires: Clásica.

· González, A. (2005). Introducción a la Cultura Medieval. México: Siglo XXI.

· Hipona, A. (1957). Confesiones. Barcelona: Editorial Iberia.

· Mandrioni, H. (2001). Pensamiento, Poesía y Celebración. Buenos Aires: Biblos.

· Morquino, T. (1965). Dante y las Mujeres. Buenos Aires: Ediciones Siglo XXI.

· Singer, I. (1999). La Naturaleza del Amor. México: Ediciones Avicena.

· Rougemont, D. (2006). El Amor y Occidente. Madrid: Editorial Raikos.

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