jueves, 25 de noviembre de 2010

VITA NUOVA XVI-XVIII

XVI

Después de que yo dijera este soneto, vínome voluntad de decir también palabras en las que yodijeracuatro cosas más sobre mi estado, cosas que me parecía que no habían sido ya manifestadas por mi. La primera de las cuales es que muchas veces me acongojaba, cuando mi memoria movía a la fantasía a imaginar en que forma Amor me dejaba. La segunda es que Amor muchas veces me asaltaba de pronto con tanta fuerza, que no me quedaba nada de vida sino un pensamiento que hablaba de esta dama. La tercera es que cuando esta batalla de Amor me acosaba así, yo me allegaba casi completamente pálido para ver a esta dama, creyendo que su vista me protegería de esta batalla, olvidando lo que me ocurría al acercarme a tanta gentileza. La cuarta es que tal visión no solamente no me defendía, sino que precisamente venía a destruir mi pobre vida. Y entonces dije este soneto, que comienza: Muchas veces.

MUCHAS VECES VIENEN A MI MENTE
las oscuras cualidades(7) que Amor me otorga,
y me viene el apiadarme,
tanto que muchas veces digo:
"¡Cuitado! ¿Le ocurre lo mismo a otros?";
que Amor me ataca súbitamente,
tanto que la vida casi me abandona:
sobrevive en mi un espíritu vivo solamente,
y que se queda porque de vos razona.
Después me esfuerzo que ayudarme quiero;
y así muerto, de todo valor vacío,
vengo a veros, a sanar creyendo,
y si alzo los ojos para mirar,
comiénzame en el corazón un terremoto,
que fuerza a los pulsos a partir del alma.(8)

Este soneto se divide en cuatro partes, según que en él se narran cuatro cosas; sin embargo como ya están de antes razonados, no me ocupo sino de distinguir las partes por su comienzo: Por eso digo que la segunda parte comienza aquí: que Amor; la tercera aquí: Después me esfuerzo; la cuarta aquí: y si alzo.

XVII
Después de decir estos tres sonetos, en los que me dirigí a esta dama, y que sin embargo describieron casi todo mi estado, creyendo que era hora de callar y no decir más, porque me parecía haberme manifestado suficientemente sobre mi, resultó que de allí en más dejara de hablarle a ella, me conviene pues asumir materia nueva y más noble que la anterior). Pero como la razón de la nueva materia es deleitable de oír, la diré a la mayor brevedad.

XVIII
Ya sea que por mi aspecto muchas personas habían comprendido el secreto de mi corazón, ciertas damas, que se habían reunido deleitándose una en la compañía de la otra, conocían bien mi corazón, porque muchas de ellas habían asistido a muchas de mis derrotas; y pasando yo cerca de ellas, como llevado por la fortuna, fui llamado por una de estas gentiles damas. La dama que me había llamado, era dama de muy alegre y amable hablar; y cuando estuve junto y cerca de ellas, y vi con certeza que mi gentilísima dama no estaba con ellas, sintiéndome seguro las saludé, y pregunté que deseaban de mi. Eran muchas damas, entre las cuales había algunas que se reían entre sí. Había otras que me miraban, esperando lo que había de decir. Otras conversaban entre ellas. De las cuales una, volviendo los ojos hacia mi y llamándome por el nombre, dijo estas palabras: ¿Con qué fin amas tú a esta tu dama, sino puedes sustentar su presencia?. Dínoslo, porque ciertamente es necesario que tal amor termine de forma extraordinaria. Y después que dijo estas palabras, no sólo ella, sino todas las demás se pusieron a mirarme esperando mi respuesta. Entonces les dije estas palabras: Señoras, el fin de mi amor era que yo lograra el saludo de esta dama, de la cual tal vez os referís, y en ello estaba mi felicidad, porque era el fin de todos mis deseos. Pero porque le plugo negármelo mi señor Amor, su merced ha puesto toda mi felicidad en aquello que no me puede faltar. Entonces aquellas mujeres comenzaron a conversar entre ellas; y así como a veces vemos caer agua mezclada con bella nieve, así me pareció sentir que decían palabras mezcladas con suspiros. Y después de un tanto de conversar entre ellas, entonces esta señora que me había hablado antes me dijo: Te rogamos que nos digas dónde queda esta tu felicidad. Y yo, respondiéndole, le dije sólo ésto: En aquellas palabras que alaban a mi dama. Entonces me respondió la que me hablaba: Si estás diciendo la verdad, las palabras que nos has dicho refiriéndonos tu situación, las habrás dicho con otra intención. Y yo, pensando en estas palabras, como avergonzado me retiré de ellas, y iba diciéndome a mi mismo: Ya que hay tanta felicidad en las palabras que alaban a mi dama, ¿porqué otras han sido las mías?. Y me propuse entonces que el tema de mi charla fuera siempre lo que fuera en alabanza de esta gentilísima; y pensando mucho en ello, me parecía que mi empresa era de tema demasiado elevado para mí; por lo que me demoré algunos días deseando decir y temiendo comenzar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario