jueves, 25 de noviembre de 2010

VITA NUOVA XXVI-XXXI


XXVI
Este gentilísima dama, de la cual he razonado en las precedentes palabras, cayó en tanta gracia en las gentes, que cuando pasaba por la calle, las personas corrían por verla; y a mi me embargaba una maravillosa alegría. Y cuando ella estuviera cerca de alguien, a éste tanta honestidad le nacía en el corazón, que no osaba alzar los ojos, ni responder a su saludo; y de esto muchos, como expertos, podrían dar testimonio a quien no lo creyera. Coronada y vestida de humildad iba ella, no mostrándose en nada orgullosa de lo que veía y oía. Muchos decían, después de ella pasar: Esta no es una mujer, sino uno de los bellísimos ángeles del Cielo. Y otros decían: Esta es una maravilla; ¡Bendito sea el Señor que tan admirablemente sabe obrar!. Digo que se mostraba ella tan gentil y tan completa en toda gracia, que a los que la miraban, les inundaba una dulzura honesta y suave, y tanta que no sabrían explicarlo; ni aúun habría quién pudiera mirarla, que de inmediato no comenzara a suspirar. Estas y muchas cosas más procedían de ella virtuosamente: por donde pensando en ello, deseando emprender de nuevo el estilo de alabarla, propúseme decir palabras, en las que diese a entender sus admirables y excelentes operaciones; de manera que no solamente aquellos que la podían ver sensiblemente, sino los demás también vinieran a saber de ella lo que las palabras no pueden trasmitir. Entonces dije este soneto, que comienza así: Tan gentil.

TAN GENTIL Y TAN HONESTA LUCE
mi dama cuando a alguien saluda,
que toda lengua temblando quédase muda,
y no se atreven los ojos a mirarla.
Ella se va, sintiéndose alabada,
benignamente de humildad vestida;
pareciera ser cosa venida
del cielo a la tierra a mostrar milagro.
Muéstrase tan agradable a quien la mira,
que por los ojos da al corazón una dulzura,
que no puede comprender quien no la prueba.
Y parece que de sus labios surgiera
un espíritu suave de amor pleno
que al alma va diciendo: - ¡Suspira!

Este soneto es de tan fácil comprensión por lo que antes he dicho que no necesita de división alguna: y dejándolo de lado, diré que esta mi dama vino en tanta gracia que no solamente era honrada y alabada, sino que por ella muchas otras eran honradas y alabadas. Y así considerando, y queriendo manifestarlo a quien no lo viera, propúseme también decir palabras en las que ello se significara; y dije entonces este otro soneto, que comienza: Ve claramente toda salud, que cuenta como su virtud obraba en los otros, como se verá en su división.

VE CLARAMENTE TODA SALUD
quien a mi dama entre las damas mira;
las que con ella van se ven forzadas
de una bella gracia a Dios rendir merced.
Y su belleza es de tanta virtud,
que a las demás ninguna envidia alcanza,
y así con ella las hace andar vestidas
de gentileza, de amor y de fe.
Verla vuelve a toda cosa humilde,
y no solo ella se hace ver agradable
sino que cada una por ella recibe honor.
Y hay en sus actos tanta gentileza
que nadie puede recordarla en su memoria
que no suspire de dulzura y de amor.

Este soneto tiene tres partes: en la primera digo ante quienes esta dama más admirable aparecía; en la segunda digo cuán graciosa era su compañía; en la tercera hablo de aquellas cosas que virtuosamente obraba en los demás. La segunda parte comienza aquí: las que con ella van; la tercera aquí: Y su belleza. Esta última parte se divide en tres: en la primera digo lo que obraba en las damas, es decir en ellas mismas; en la segunda digo lo que obraba en ellas por otros; en la tercera digo que no solamente en las damas, sino en toda persona, y no solamente por su presencia, sino también al recordarle, obraba maravillas. La segunda comienza aquí: Verla vuelve; la tercera aquí: Y hay en sus actos.

XXVII
Después de lo cual, comencé un día a pensar sobre lo que había dicho de mi dama, es decir en los dos sonetos precedentes; y viendo en mi pensamiento que no había hablado sobre lo que entonces obraba en mi, me parecía que no había dicho todo lo que debía ser dicho. Y entonces me propuse decir palabras en las que yo dijera cómo me parecía estar dispuesto para su obrar, y cómo obraba en mi su virtud; y pensando que no podría expresarlo todo en la brevedad de un soneto, comencé entonces un canción, que comienza así: Tan largamente.

TAN LARGAMENTE AMOR ME HA POSEIDO,
y acostumbrado a su señoría,
que así como antes para mi fuera dolor,
así me es ahora suave en el corazón.
Por eso cuando el valor tanto me roba
que los espíritus huir parecen fuera,
siente entonces la frágil alma mía
tanta dulzura, que mi rostro palidece,
y entonces gana Amor en mi tanto poder,
que a mis espíritus hace rodar hablando
y salen fuera llamando a mi dama,
a que me de más salud.
Dondequiera ella me ve, esto me ocurre,
y es cosa tan humilde, de no creer.

XXVIII
Quomodo sedet sola civitas plena populo! Facta es quasi vidua domina gentium
(¡Cómo ha quedado sola la ciudad llena de gente! Ha venido a ser como viuda, la que era señora de pueblos!.) (1) Me hallaba yo todavía en el intento de esta canción, y no había terminado aún la composición arriba citada, cuando el señor de la justicia llamó a esta gentilísima para que fuera a la gloria bajo la enseña de aquella reina bendita virgen María, cuyo nombre fuera tenido en grandísima reverencia por esta Beatriz bendita. Y aunque ahora me agradaría tratar algo de su partida de nosotros, no es mi intención exponerlo aquí por tres razones: La primera es que no es parte del presente propósito, si queremos mantenernos dentro de lo dicho en el proemio que encabeza este libro; la segunda es que, aún cuando fuera parte del presente propósito, aún así no bastaría mi lengua a tratar de ello en forma conveniente; la tercera es que, aún cuando fuera una y otra cosa, no es conveniente que yo trate de ello, porque, tratándolo, vendría a ser alabancioso de mí mismo, lo cual, finalmente, es reprochable a quien lo hiciera. Sin embargo, como el número nueve mucha veces ha estado entre los dichos anteriores, por donde al parecer no es sin razón, y que en su partida parece tal numero parecer haber tenido mucha importancia, viene bien decir aqui alguna cosa, por el hecho de parecer convenir al propósito. Por donde primero diré cómo el nueve tuvo lugar en su partida, después le asignaré alguna razón de porqué este número fue tan amigo de ella.

XXIX
Digo pues, que según el uso de Arabia, su nobilísima alma partió en la primera hora del noveno día del mes (2); y según la costumbre de Siria, ella partió en el noveno mes del año, porque allí el primer mes es Trivin, que es para nosotros Octubre; y según nuestra usanza ella partió en aquel año de nuestra forma de contar, es decir del año del Señor, en el cual el número perfecto se había cumplido nueve veces en aquel siglo en el que ella arribó a este mundo (3), y ella fue de los cristianos del siglo decimotercero. De porqué este número fue de ella tan amigo, podría ser estauna razón: como resulta, según Ptolomeo y según la cristiana verdad, que nueve son los cielos que se mueven, y, según la común opinión astrológica, los dichos cielos obran aquí debajo de consuno conforme a su naturaleza, este número fue su amigo para dar a entender que en su nacimiento todos los nueve móviles cielos se correspondían perfectísimamente. Esta es una razón de ello; pero más sutilmente pensando, y conforme a la infalible verdad , este número fue ella misma; lo digo simbólicamente, y lo entiendo así. El número tres es la raíz del nueve, porque, sin necesidad de otro número, por sí mismo hace nueve, como manifiestamente se ve que tres por tres da nueve. Por tanto si el número tres es por sí mismo factor del nueve, y el factor por sí mismo de los milagros es el tres, es decir Padre e Hijo y Espíritu Santo, los cuales son tres en uno, esta dama fue acompañada de este número nueve para dar a entender que ella era un nueve, es decir un milagro, cuya raíz, es decir del milagro, es únicamente la admirable Trinidad. Tal vez todavía para alguna más sutil persona se vería en ello una más sutil razón; pero esta es la que más me acomoda, y que más me place.

XXX
Después que partió de este siglo, quedó la dicha ciudad como viuda despojada de toda dignidad; por donde yo, todavía lagrimeando en esta desolada ciudad, escribí a los príncipes de la tierra algo de su estado, tomando de aquel comienzo del profeta Jeremías que dice: Quomodo sedet sola civitas. Y esto lo digo no sea que nadie se maraville de porqué puse esta cita al comienzo, casi como una entrada del nuevo tema que viene después. Y si alguien quisiera reprenderme por ello, que no haya escrito aquí los términos que se incluían en lo alegado (4), me excuso, porque desde el principio no fue mi intención escribir de otra manera que en lengua vulgar; por donde, como los términos que se incluían en lo alegado son todos en latín, estaría fuera de mi compromiso si lo escribiera aquí. Y el misma propósito sé que tuvo aquel mi primer amigo a quien le escribo de esto, es decir, que siempre yo le escribiera solamente en vulgar (5) .

XXXI
Luego que mis ojos hubieron por un tiempo lagrimado, y tan fatigados estaban que no podía desahogar mi tristeza, pensé en querer desahogarla con algunas palabras dolorosas; y entonces me propuse hacer una canción, en la cual, llorando, razonara de ella, por la cual tanto dolor vino a ser destructor demi alma; y comencé entonces una canción que comienza así: Los ojos dolientes por la tristeza del corazón. Y dado que esta canción parece que quedará más viuda aún cuando la haya terminado, la dividiré antes de escribirla; y de esta manera haré de ahora en adelante. Digo que esta misérrima canción tiene tres partes: la primera es proemio; en la segunda razono de ella; en la tercera hablo a la canción acongojadamente. La segunda parte comienza en: Así pues Beatriz está. La tercera en: Piadosa canción mía. La primera parte se divide en tres: en la primera digo qué me mueve a escribir; en la segunda digo a quien deseo hablar; en la tercera digo de quien quiero hablar. La segunda comienza en: Y como recuerdo. La tercera en: Y de ella diré. Después cuando digo: Así pues Beatriz está, razono de ella; y de esto hago dos partes: primero digo la razón por la que nos fue quitada; después digo como otros lloran por su partida, y esta parte comienza en: Partióse de su. Esta parte se divide en tres: en la primera digo quien no la llora; en la segunda digo quien la llora; en la tercera hablo de mi condición. La segunda comienza en: me le vienen la tristeza y el querer.; la tercera en: Fuerte angustia. Después cuando digo: Piadosa canción mía, háblole a esta canción, indicándole a que damas vaya, y que se esté con ellas.

LOS OJOS DOLIENTES POR LA TRISTEZA DEL CORAZÓN
han sufrido la pena del llanto,
tanto, que en adelante serán los vencidos.
Ahora bien, si desahogar quiero el dolor,
que poco a poco a la muerte me lleva,
conviene que hable en lamentos.
Y como recuerdo de lo que hablaba yo
de mi dama, cuando vivía,
damas gentiles, buenamente con vosotras,
no quiero hablar a ninguna otra,
sino a corazón gentil que en dama sea;
y de ella diré llorando, pues
al cielo súbitamente se ha ido
y ha dejado a Amor doliente conmigo .

Así pues Beatriz está en el alto cielo,
en el reino donde los ángeles tienen paz,
y está con ellos, y a vosotras, damas, ha dejado:
no nos la llevó la cualidad del hielo
ni del calor, como con otras hace,
mas sólo fue su gran benignidad;
porque, resplandeciente de humildad
cruzó los cielos con tanta virtud
que maravilló al eterno Sire,
tanto que un dulce deseo
lo llevó a llamar tanta salud,
y hacerla a subir a él desde aquí abajo,
porque veía que esta vida tediosa
no era digna de tal cosa.

Partióse de su bella persona
llena de gracia la gentil alma,
para gloriar en lugar digno.
Quien no la llora, cuando piensa en ella,
corazón tiene de piedra tan malvado y vil
que en él no puede entrar espíritu benigno.
No hay en corazón villano tan alto ingenio
que pueda imaginar bastante de ella,
ni tampoco en él surge el doloroso llanto:
mas le vienen la tristeza y el querer
suspirar y morir de llanto,
y de todo consuelo al alma privar
a quien ve en su pensamiento algunas veces
cómo ella era, y cómo fuele sustraída.

Fuerte angustia obran en mi los suspiros
cuando el pensamiento en la mente grave
me trae a aquella que el corazón me ha partido,
y muchas veces pensando en la muerte
me viene un deseo tan suave,
que el color del rostro me transmuta.
Y cuando la imaginación en mi tanto se asienta,
me acosan tantas penas de todas partes
que me estremezco del dolor que siento;
y de tal manera transformado quedo
que me aparto de la gente avergonzado.
Después llorando, sólo en mi lamento
llamo a Beatriz y digo: "¿Es que estás muerta?";
y mientras la llamo, hallo consuelo.

Llorar dolor y suspirar angustia
me oprime el corazón donde me encuentre solo,
tanto que sería un martirio para quien me oyera;
y cómo ha sido mi vida, luego
que mi dama fuera al siglo nuevo,
no habría lengua que decirlo supiera:
y con todo, damas mías, aunque quisiera,
no sabría deciros bien cuál me encuentro,
tanto me trabaja la acerba vida:
tan envilecida vida
que todos parecen decirme: "Yo te abandono",
viendo mis labios muertos.
Pero cuál yo sea mi dama bien lo sabe,
y aun de ella merced espero.

Piadosa canción mía, vete ahora llorando;
y encuentra a las damas y doncellas
a las que tus hermanas
acostumbraban llevar alegría,
y tú, que hija eres de la tristeza,
vete desconsolada a estar con ellas.

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