jueves, 25 de noviembre de 2010

VITA NUOVA XXII-XXIII


XXII

Posteriormente pasados no muchos días, como realmente plugo al glorioso señor que no se negó la muerte a sí mismo, el que fuera progenitor de tanta maravilla cuanta se veía que era esta nobilísima Beatriz, saliendo de esta vida, se fue verazmente a la gloria eterna. Por donde, como es que tal irse es doloroso para quienes se quedan y han sido amigos del que se va; y no exista tan íntima amistad como de buen padre a buen hijo y de buen hijo a buen padre; y esta dama fuera de altísimo grado de bondad, y su padre, como muchos creen y en verdad es, fuese bueno en alto grado; manifiesto es que esta dama estaba llena de amargadísimo dolor. Y como resulta que, según la costumbre de la dicha ciudad, mujeres con mujeres y hombres con hombres se juntan en tal tristeza, muchas damas se juntaron allí donde esta Beatriz lloraba piadosamente (1); por donde viendo yo alguna damas que volvían de ella, oí sus palabras sobre esta gentilísima, como se lamentaba; después de lo cual oí que decían: Ciertamente tanto llora ella que quien la mirase debería morir de piedad. Pasaron entonces estas damas; y yo quedé en tanta tristeza, que alguna lágrima bañaba entonces mi rostro, y yo me cubría llevándome las manos muchas veces a los ojos: y si no fuera que quería oír más de ella, y como estaba en un lugar por donde pasaban la mayoría de aquellas damas que de ella partían, me habría escondido inmediatamente que las lágrimas habíanme brotado. Pero quedándome todavía en el mismo lugar, pasaron damas cerca de mí, la que razonaban entre ellas de esta manera; ¿Quién puede estar más consolada que nosotras que hemos oído hablar a esta dama tan piadosamente?. Y después pasaron otras damas que venían diciendo; ¿Y éste quién es que llora tanto como si la hubiera visto como nosotros?. Otras después decían de mi: Mira a éste que no parece lo que era, tal se ha venido!. Y así pasando estas mujeres, oí que hablaban de ella y de mi de la manera dicha. Por donde pensando yo, me propuse decir palabras, porque dignamente tenía razón de decirlas, en las cuales encerrase todo lo que había oído de estas damas; y aunque voluntariamente les habría preguntado si no hubiera sido inconveniente, sin embargo logré tanto material para decir como si les hubiera preguntado y me hubieran respondido. Hice entonces dos sonetos; y en el primero pregunto lo que me había dado ganas de preguntar; en el otro digo la respuesta de ellas, tomando lo que había oído de ellas como si hubieran respondido a mis preguntas. Y comencé el primero: Vosotras que lleváis humilde el semblante, y el otro: ¿Eres tú el que ha hablado frecuentemente.

VOSOTRAS QUE LLEVAIS SEMBLANTE HUMILDE,
los ojos bajos mostrando dolor,
¿De dónde venís que vuestro color
volvióse a la piedad tan semejante?
¿Visteis vosotras nuestra gentil dama
bañar en su rostro de llanto Amor?
Decídmelo, damas, que el corazón me lo dice,
porque os veo andar sin acto vil.(2)
Y si venís desde tanta piedad
que os plazca estar un poco aquí conmigo,
y lo que sepáis de ella, no me lo ocultéis.
Veo que vuestros ojos han llorado
y veoos volver tan trastornadas,
que el corazón me tiembla de veros tanto.

Este soneto se divide en dos partes: en la primera llamo y pregunto a estas damas si vienen de ella, y les digo que así lo creo viéndolas casi amortecidas; en la segunda les ruego que me hablen de ella. La segunda comienza: Y si venís. Aquí sigue el otro soneto, como dijera antes:

¿ERES TU AQUEL QUIEN FRECUENTAMENTE TRATABA
de nuestra dama, solo a nosotras hablando?
Te le pareces mucho en la voz,
mas la figura paréceme de otro.
¿Y porqué tan de corazón lloras
que de los demás la piedad provocas?
¿La has visto llorar, tú, que no puedes
al momento ocultar la dolorosa mente?
Déjanos a nosotras llorar, y tú triste vete,
(que es pecado el que nunca se consuela,)
que en su llanto la oímos hablar.
Tanto en el rostro la piedad está inscrita,
que de nosotros, quien la hubiese querido mirar,
hubiera ante ella caído muerta.

Este soneto tiene cuatro partes, de acuerdo a los cuatro modos con que estas damas me hablaron y a las que respondo; pero como son de por sí muy manifiestos, no entro a exponer el sentido de las partes, pero con todo las distinguiré solamente. La segunda comienza aquí: ¿y porqué lloras; la tercera: Déjanos a nosotras; la cuarta Tanto en el rostro.

XXIII

Pocos días después sucedió que en alguna parte de mi persona me alcanzó una dolorosa enfermedad, por donde sufrí durante nueve días amarguísima pena; la cual a tanta debilidad me llevó, que me era mejor quedarme como aquellos que no se pueden mover. Digo pues que en el noveno día, sintiéndome doler intolerablemente, me llego un pensamiento, el cual era de mi dama. Y cuando hube pensado un tanto en él, y volviéndome a pensar en mi debilitada vida, y viendo cuán ligero era su durar, aunque estuviese sana, así entonces me puse a llorar entre mí mismo de tanta miseria. Por donde fuertemente suspirando me dije a mí mismo: Necesariamente corresponde que alguna vez la gentilísima Beatriz muera. Y con todo me llegó una tan fuerte turbación, que cerré los ojos y comencé a desvariar como un frenético y a imaginar de esta manera; que al comienzo del divagar que hizo mi fantasía aparecieron ciertos rostros de damas desmelenadas que me decían: Y seguro tú también morirás. Y luego, después de estas damas, se me aparecieron ciertos rostros extraños y horribles de ver, que me decían: Tú estás muerto. Comenzando así a vagar mi fantasía, vine a cuentas que no sabía donde me encontraba; y parecíame ver damas ir y venir desmelenadas llorando por allí, asombrosamente tristes; y parecíame que el Sol se oscurecía, tanto que las estrellas me parecían de un color que las juzgara que estuvieran llorando; y parecíame que los pájaros volando por el aire caían muertos, y que sucedían gravísimos terremotos. Y maravillándome de tal fantasía, y espantándome mucho, imaginé que algún amigo venía a decirme: ¿No lo sabes? Tu admirable dama partió de este siglo Comencé entonces a llorar muy lamentablemente, y no solamente lloraba en imaginación, sino que lloraba con los ojos, bañándolos de lágrimas verdaderas. Me imaginaba que miraba hacia el Cielo, y parecíame ver una multitud de ángeles que se volvía asuso, y los precedía una nube blanquísima. Y parecíame como que estos ángeles cantaban gloriosamente, y las palabras de su canto me parecía que fueran estas: Osanna in excelsis (3); y no me parecía oír otra cosa. Entonces parecióme que el corazón, donde había tanto amor, me decía Verdad es que muerta yace tu dama. Y por ésto me pareció que iba a ver el cuerpo en el que había estado aquella nobilísima y bienaventurada alma; y fue tan fuerte la errónea fantasía, que me mostró a esta dama muerta: y me parecía como que damas la cubriesen, es decir la cabeza, con un velo blanco; y parecíame que su rostro tenía una aspecto de tanta humildad que parecía decir; Estoy viendo el principio de la paz. En esta imaginación me llegó tanta humildad de verla, que llamaba a la Muerte y decía: Dulcísima Muerte, ven a mi, y no me seas vil, porque tu debes ser gentil, habiendo estado en tal parte! Ahora, ven a mi, que ya tengo tus colores. Y cuando hube visto cumplidos todos los dolorosos oficios que a los cuerpos de los muertos se acostumbra hacer, me parecía que me volvía a mi recámara y allí me parecía que miraba al Cielo; y tan fuerte era mi imaginación, que llorando comencé a decir de viva voz: ¡Oh alma bellísima, cuan feliz es quien te ve!. Y diciendo yo estas palabras con sollozos de llanto, y llamando a la Muerte que viniese a mí, una dama joven y gentil, que estaba junto a mi lecho, creyendo que mi llanto y mis palabras fueses solamente por el dolor de mi enfermedad, con gran temor se lanzó a llorar.
Entonces otras damas que estaban en la habitación, advirtieron que yo lloraba, por el llanto que veían en ella; por donde haciendo que se alejara de mi, la cual era pariente mía de muy cercana consanguinidad, se acercaron a mi para despertarme, creyendo que soñaba y me decían: Ya no duermas y No desmayes. Y en hablándome así, cesó la fuerte fantasía en aquel punto cuando yo iba a decir: ¡Oh Beatriz, bendita eres! , y ya había dicho ¡Oh Beatriz!, cuando recostándome abrí los ojos, y vi que me había engañado. Y a pesar de que la llamara con ese nombre, mi voz estaba tan quebrada por el sollozo del llanto, que estas damas no pudieron comprenderme, según me parecía; y sucedió entonces que mucho me avergonzaba, y sin embargo por un amonestación de Amor me volví a ellas. Y cuando me vieron, comenzaron a decir: Este parece muerto, y a decir entre ellas: Procuremos reconfortarlo; y así me decían muchas palabras de confortación; y a veces me preguntaban de qué había tenido miedo. Por donde yo, un poco reconfortado, y reconocido el falaz imaginar, les respondí: Os diré lo que he tenido. Entonces comenzando del principio hasta el fin, les dije lo que había visto, callando el nombre de esta gentilísima. Por donde después sanado de esta enfermedad, me propuse decir palabras de lo que me había ocurrido, porque me parecía que era algo amoroso de oír; y entonces dije esta canción; Dama piadosa y jovencita, ordenada así como lo manifiesta la subsiguiente división.

DAMA PIADOSA Y JOVENCITA,
ornada mucho de humanas gentilezas,
que allí estabas donde clamaba yo harto a la Muerte,
viendo mis ojos de piedad llenos,
y atendiendo a las palabras vanas,
te moviste con temor a llorar fuerte.
Y otras damas que me advirtieron
por la que a mi lado lloraba,
la hicieron salir fuera,
y se apresuraron a despertarme.
Una decía - No duermas -,
Otra decía: - ¿Porqué así te angustias? -.
Dejé entonces a la nueva fantasía,
clamando el nombre de la dama mía.

Mi voz tan dolorosa era,
y tan quebrada por el angustioso llanto,
que sólo yo en mi corazón oí su nombre;
y con baja la mirada avergonzada
que tanto en mi rostro habíase mostrado,
me hizo a ellas volverme Amor..
Ellas veían en mi tal color
que les hacía pensar en la muerte.
- Vamos, consolemos a éste -
rogaba una a la otra humildemente,
y decían frecuentemente:
- ¿Que es lo que vistes que has perdido el valor? -.
Y cuando un poco reconfortado estuve,
les dije: - Damas, he de decirlo a vosotras.

Mientras pensaba yo en mi frágil vida,
y veía su durar cómo es ligero,
gemíame Amor en el corazón, en donde mora,
porque mi alma estaba tan perdida,
que suspirando decía en pensamiento:
- ¡Bien corresponde que mi dama muera! -
Me allegó una tal debilidad entonces,
que cerré los ojos vilmente onerosos,
y estaban tan acobardados
mis espíritus, que todos se iban vagando;
y después imaginando,
de conocimiento y de verdad perdido,
irritados rostros de dama vi mostrarse,
que mismo me decían: - ¡Muérete, muérete! -.
Después vi muchas cosas dudosas,
en el vano imaginar en el que entrara;
y estar me parecía no sé en dónde,
y vi a damas andar desmelenadas,
cual lagrimeando, cual lamentando,
que de tristeza asaeteaban fuego (4).
Después me pareció ver de a poco a poco
turbarse el Sol y aparecer la estrella,
y llorar a él y a ella;
caer las aves volando en el aire,
y la Tierra temblar;
y un hombre apareció descolorido y ronco,
diciéndome: - ¿qué haces, ignoras la nueva?
Muerta es tu dama, que era tan bella!. -
Alzaba mis ojos bañados en llanto,
y veía, como lluvia de maná semejantes,
los ángeles tornando suso al Cielo,
y una nubecilla que les precedía,
siguiendo a la cual gritaban todos: - Osanna -;
y si otra cosa hubieran dicho, os lo diría.
Entonces decía Amor: - Nada ya te oculto,
Ven a ver nuestra dama que yace. -
El imaginar falaz
me condujo a ver la dama muerta;
y cuando estuve junto a ella
veía damas cubriéndola de un velo;
y en sí tenía una humildad certera,
que parecer decía: - Yo estoy en paz. -
Tan humilde me volvía en mi dolor,
viendo en ella tanta humildad formada,
que decía: - Muerte, por tan dulce te tengo;
debes tú ya de ahora en más ser gentil,
porque tú has en mi señora estado,
y haz de tener piedad y no desdén.
Mira que si deseoso vengo
a ser de los tuyos, pues yo en verdad me parezco a tí..
Ven, que el corazón te llama. -
Después me iba, consumado todo duelo;
y cuando estaba solo,
decía, mirando al alto reino:
- ¡Feliz, alma bella, quien te ve! -

Entonces, vuestra merced (5), me despertasteis.

Esta canción tiene dos partes: en la primera digo, hablando a indefinida persona, cómo fui sacado de una vana fantasía por ciertas damas, y cómo prometí contarla a ellas; en la segunda digo cómo se los dije. La segunda comienza aquí: Mientras pensaba yo. La primera parte se divide en dos: en la primera digo lo que ciertas damas, y una sola, dijeron e hicieron por mi fantasía, antes que yo hubiera retornado en una condición veraz; en la segunda digo lo que estas damas me dijeron, después que dejé de estar frenético; y esta parte comienza aquí: Mi voz tan dolorosa era. Después cuando digo: Mientras pensaba yo, digo como les conté esta mi imaginación. En torno a lo cual hay dos partes: en la primera cuento ordenadamente esta imaginación; en la segunda, diciendo en qué momento me llamaron, le agradezco ocultamente(6); y comienza aquí esta parte: Entonces, vuestra merced.

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